Internet nos ha cambiado la vida.
Y este cambio ha sido en gran parte consecuencia de que la Red ha modificado
radicalmente la forma en la que podemos acceder a la información. Internet se
ha convertido en la primera (y a veces única) fuente de información para muchas
personas.
El impacto de este fenómeno ya ha
sido considerado por muchos como el mayor desde que Gutenberg, allá por el año 1450,
inventara la imprenta de tipos móviles. En el libro “Age of Discovery:
Navigating the Risks and Rewards of Our New Renaissance”, publicado en 2016 por
los profesores de la Universidad de Oxford Ian Goldin y Chris Kutarna, se
establece un interesante y acertado paralelismo entre estas dos “revoluciones”
de la información. Esta similitud se concreta en cuatro puntos:
1. Ambas han supuesto la difusión exponencial y rápida de la información. En una sola generación se ha hecho el modo “habitual” de obtenerla.
2. Ambas hicieron que la transmisión de información fuera más eficiente, más barata y por tanto, más accesible a la población y más competitiva.
3. La información llega más rápido y más lejos. La imprenta facilitó que mercaderes, exploradores, misioneros y militares transportarán el saber y la información a cualquier parte del mundo conocido. En nuestra era, el famoso selfie de Ellen DeGeneres tras recibir el Oscar fue descargado por 26 millones de dispositivos en 12 horas.
4. Ambas revoluciones han propiciado nuevas formas de comunicación. El “folleto” de aquellos años, que apareció gracias a la facilidad y rapidez para imprimir, es equiparable a el “tweet” de hoy.
Las cifras son abrumadoras. En
2015, un 84% de la población de EEUU se reconoce como internauta. De ellos,
casi el 80% utilizan Internet para búsquedas relacionadas con la salud. El uso
de las llamadas Redes Sociales –en realidad una herramienta de Internet que
permite al usuario y a la comunidad compartir información y opiniones, en
diferentes formatos- se ha disparado en estos 10 años, pasando del 7% de la
población en 2005 al 65% en 2015. Se estima que el tiempo medio de conexión a
las redes sociales (internet a parte) de cada usuario ronda nada menos que 6 horas
semanales. Y estos datos solo incluyen a la población adulta. Este uso
abrumador (y que crece de forma exponencial) conlleva que cada día, se registren “solo” 6,5 millones de búsquedas
relacionadas con la salud.
Y no es solo una cuestión
cuantitativa. El uso de la Red y “sus redes sociales” puede tener consecuencias
intelectuales y culturales. Es más puede tener consecuencias fisiológicas. Es
una evidencia científica que nuestro cerebro cambia, responde a nuestras
experiencias. El modo y manera de encontrar, almacenar y compartir la
información puede alterar nuestros procesos neuronales. Nicholas Carr, en su
libro “Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?” (Eds.
Taurus, 4ª ed., 2016), se pregunta si “al
tiempo que disfrutamos de las bondades de la Red, no estaremos sacrificando
nuestra capacidad para leer y pensar en profundidad”. Y es que como afirma
el autor, el libro impreso permite centrar nuestra atención, “fomentando el pensamiento profundo y
creativo” mientras que Internet favorece el “picoteo rápido y distraído de
pequeños fragmentos de información procedente de muchas fuentes”. Es decir la
“ética” de la información que aporta Internet es una ética industrial que busca
rapidez y eficacia.
Los efectos de esta revolución sobre
nuestra capacidad de percibir la información, de aprehenderla o de enjuiciarla
(de digerirla en definitiva) es, creo, uno de las cuestiones sociológicas más
importantes de nuestro tiempo. Sin embargo, mi impresión es que la revolución
en sí misma, con el aluvión informativo que conlleva impide un análisis
certero, consistente, pausado y científico de sus efectos, de sus bondades y de
sus efectos. La euforia por la cantidad, por la variabilidad y por la
disponibilidad de la información así como por las posibilidades casi infinitas
de compartirla, tiende a marginar, presuponiendo un misoneísmo infundado, los
intentos de analizar las posibles consecuencias, algunas negativas, de este
fenómeno.
Este análisis es, a mi juicio,
especialmente importante en lo que se refiere al impacto de la Red en el ámbito
de la salud, en lo que perciben los profesionales y, especialmente, los
pacientes. Creo que se debe analizar de forma científica cómo de desarrolla
esta influencia, cuáles son sus ventajas (y cómo podemos potenciarlas) y cuáles
son sus inconvenientes (y cómo podemos prevenirlos). Y hay estudios. En una
búsqueda en pubmed con los términos “social media patients”, a día de hoy, se
localizan 1890 referencias, de las cuales 257 son revisiones. Es importante
desglosar esta información y destacar aquellos aspectos más fundamentados que
nos ayuden a comprender y mejorar este fenómeno. Intentaremos hacerlo en
futuros comentarios.
Bibliografía.
1. Goldin I, Kutarna C. Age of
Discovery: Navigating the Risks and Rewards of Our New Renaissance. 1ª Edición.
Oxford, 2016. Martin's Press Eds; 2016
2. Carr N. Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras
mentes?. 4ª Edición. Barcelona, 2016. Ediciones Taurus; 2016.
3. De Martino I, D´Apolito R, McLawhorn AS, Fehring KA, Sculco PK,
Gasparini G. Social media for patients: benefits and drawbacks. Curr Rev
Musculoskelet. 2017; 10:141-45.
4. Smailhodzic E, Hooijsma W, Boonstra A, Langley DJ. Social media
use in healthcare: A systematic review of effects on patients and on their
relationship with haealthcare professionals. BMC Health Services Research.
2016; 16:442.
Me ha encantado tú post Ángel, enhorabuena!!! Las redes sociales de pacientes constituyen un buen ejemplo de lo que se puede conseguir con la fusión de salud e Internet, ya que facilitan la unión de personas alrededor de temas relacionados con la salud. Y no solo están compuestas por pacientes, sino que en ellas también participan profesionales e instituciones sanitarias.
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